6 de febrero de 2012

¡Otra vez!

Por Jaime Restrepo Vásquez.

Vicky Dávila estaba participando con tanto entusiasmo en la demolición del uribismo, que no se percató del momento en el que le cambiaron la agenda por una de sangre, destrucción y muerte.

Poco a poco las denuncias de los antiuribistas fueron perdiendo protagonismo, todo por cuenta del terrorismo de las FARC: de la prioridad de emitir desinformación política, pasaron a dar cuenta de los civiles, militares y policías asesinados a diario por el grupo terrorista.

Ahora, con la máquina de terror a toda marcha, los noticieros de televisión tienen que dedicarle media hora de emisión a los ataques en los departamentos del Cauca, Norte de Santander, Valle y Tolima.

La noticia para Vicky Dávila, Darío Arizmendi y Gustavo Gómez, entre muchos otros, es que con el pasar de los días, ya no serán 20 o 30 minutos los que tendrán que dedicar a la agenda de “orden público”, pues las FARC —palurdos y jefes vestidos de civil— están decididas a mostrar fortaleza y doblegar al país para imponer una nueva negociación.

Seguramente ellos, y todos los áulicos de la solución política y negociada al conflicto, tienen perfectamente claro lo que se viene y se están preparando para someter al país a la presión que lleve a los colombianos a ceder ante el chantaje terrorista: día, tarde y noche repetirán que la salida para evitar los ataques es el diálogo y comenzarán a exhibir, sin el menor asomo de pudor, la palabra paz como el anhelo que se alcanzará al negociar las leyes con los terroristas.

Una de las desgracias de Colombia es su corta memoria. Los gamonales de los medios lo saben y por eso tratarán de despertar aquellos anhelos de paz que llevaron a la presidencia a Andrés Pastrana y permitieron sumergir al país en el pantano infecto de los diálogos del Caguán.

Claro que antes de exigir con mayor fortaleza la claudicación del Estado ante el terrorismo, los áulicos de la paz deberían considerar que el mapa es diferente al que teníamos en 1998. De hecho en aquel tiempo se afirmaba que la guerra estaba en tablas y que ni la guerrilla ni el Estado podían ganarla. No obstante, los hechos demostraron que la voluntad política de pasar por encima del concepto de guerra asimétrica, permitió desbalancear el asunto y golpear con acierto a los terroristas.

Es más: la situación se tornó tan complicada para las FARC, que la única alternativa que tuvieron —y que funcionó— fue trasladar su retaguardia a Venezuela, para no ser tocados por las fuerzas del Estado. Ese reducto protegido por Hugo Chávez, unido a las jóvenes promociones de “insurgentes” entrenados por ETA, son la punta de lanza de la estrategia de las milicias terroristas que no necesitan de grandes movilizaciones para dar un golpe, generar miedo y enviar el mensaje de presión para alcanzar la “paz”.

En 1998, los cabecillas del terrorismo morían de viejos y existía el mito de que las Fuerzas Armadas no podían dar de baja a ningún comandante guerrillero. Nuevamente los hechos han demostrado que el Estado no solo los puede ubicar y dar de baja, sino también que los ha localizado en territorio venezolano, descansando y hablando ante las cámaras sobre los requisitos para la paz que desde Caracas y Bogotá se quiere imponer en Colombia.

A finales del siglo pasado, resultaba claro que las FARC avanzaban en la consolidación de la Nueva Colombia y que era efectivo el control territorial que el grupo terrorista tenía del sur del país, lo que les permitía exigir el estatus de beligerancia que tanto anhelaban. Otra vez la voluntad política se interpuso y los obligó a esconderse, perdiendo el control territorial y circunscribiendo sus acciones a un reducido espacio en los departamentos del Cauca, Nariño y Valle.

Ahora, para enfrentar semejante debacle, se puso en marcha la persecución judicial contra los militares que habían liderado la iniciativa de atacar al terrorismo, lo que les ha permitido a las FARC la recuperación de espacios que antaño consideraban santuarios impenetrables, aunque algunos reductos de las Fuerzas Armadas, que todavía no están bajo investigación o en prisión, han logrado propinarles importantes golpes, pese a la incapacidad operativa y logística de neutralizar a las milicias terroristas.

Los colombianos sabemos que sí es posible golpear a las FARC y dejarlas en tal postración, que se vean en la necesidad de pactar su rendición. Aunque el actual gobierno exhiba su ineptitud para impedir que los terroristas tomen un segundo aire, lo cierto es que la gran mayoría ya conocemos el aroma de la libertad y de la tranquilidad que significa no llevar encima la amenaza del secuestro, o del carro-bomba o de la toma guerrillera.

Ojalá la memoria olfativa no se pierda en medio de la alharaca de la negociación claudicante y tampoco se confunda con la tentación de abrir espacios para el caudillismo ramplón que fue incapaz, en su momento, de afianzar los logros obtenidos para beneficio del país: ni el caudillo ni nadie puede reversar la situación actual de Colombia, mientras no se tenga claro que las llaves de la paz están sujetas a un llavero que contiene un pacto de sometimiento y rendición de los terroristas y eso solo es posible mediante una aplicación imparcial y recta de la justicia, lo que exige una renovación total de los operadores judiciales colombianos, tiranos que han establecido una feroz dictadura en el país.

3 comentarios:

Tocqueville dijo...

Lo más lamentable de toda esta infamia, es que los opinadores y editorialistas de los grandes medios de comunicación han dado en afirmar que toda esta oleada de violencia terrorista, dizque significa que “no estábamos tan bien en materia de seguridad como alegremente lo pregonaba el gobierno de Álvaro Uribe”, y dizque “la guerrilla nunca estuvo derrotada, ni arrinconada, ni en el fin del fin como afirmaban los uribistas”; intentando así achacarle la culpa de todo lo que ocurre al gobierno anterior, como si este malhadado gobierno apaciguador de Chamberlain Santos no llevara ya un año y medio en el poder, y pasando por alto –además– que las operaciones militares de las Fuerzas Armadas de Colombia se han reducido a la quinta parte frente a las del gobierno anterior, según estadísticas del Centro Seguridad y Democracia de la Universidad Sergio Arboleda, entre otras. ¿Cómo pretende, entonces, este gobierno entreguista mantener arrinconada y prácticamente derrotada a la guerrilla, como la tenía Uribe, si en este desdichado año y medio no ha hecho sino aflojar en materia de seguridad y defensa frente al narcoterrorismo de las Farc y demás bacrim? Cuando en su momento algunos se atrevieron a señalarle esto al actual gobierno, Chamberlain Santos dijo que a él nadie podía darle lecciones sobre seguridad nacional, ya que había sido él quien dizque les había propinado los golpes más duros a las Farc. Está visto que no aprendió nada durante su paso por el gobierno anterior, pues el verdadero líder de la Seguridad Democrática se llama Álvaro Uribe Vélez, quien además de Presidente de la República era también el auténtico ministro de Defensa. Con esta postura débil y pusilánime frente al terrorismo, el crimen y la delincuencia –en la que además está clarísimo que se perdió el control sobre todo territorio nacional que ya prácticamente había logrado el gobierno anterior (no es sino ver la impotencia de este gobierno para defender, por no hablar de recuperar, el estratégico Cerro de Santa Ana donde la guerrilla voló el radar más importante del suroccidente colombiano)– Chamberlain Santos les entrega en bandeja de plata el país a los apaciguadores, adláteres y pregoneros del narcoterrorismo en los medios de comunicación, las ONG y la “academia”, para que sigan cacareando con el lema de la imposibilidad de la derrota militar de las Farcrim y la consecuente necesidad de instalar cuanto antes a una “mesa de negociación”, ojalá con garantes internacionales (léase el castrochavismo y demás representantes de la extrema izquierda latinoamericana y europea), mientras entrega las cabezas de todos los representantes de la Fuerza Pública al mamertismo judicial, al negarse a aplicar con todo el vigor y sin excepciones espurias, el artículo 221 de la Constitución Política que les garantiza el fuero militar.

Ruiz_Senior dijo...

Tocqueville, la comparación con Chamberlain no tiene sentido, el estadista británico era un cínico que jugaba una carta peligrosa en una situación muy complicada: calculaba que Hitler atacaría a Rusia y así el Reino Unido sacaría ventaja. El caso de Santos es distinto, sencillamente se propone premiarse con el pretexto de las tropas que controla su Hermano Mayor. Es un socio de los terroristas y no tendría nada de raro que les ayudara a planear sus crímenes.

Atrabilioso dijo...

TOCQUEVILLE:

En el anterior gobierno, sobre todo durante el primer periodo, se cometió un error de apreciación: hablar del fin del fin. Si bien es cierto que Uribe tenía la intención y la capacidad para obligar a las FARC a rendirse, esa situación era y es imposible mientras se mantenga la retaguardia en territorios intocables como Venezuela. Si a esto le sumamos la impunidad rampante que disfrutan los simpatizantes, socios, promotores y dirigentes de las FARC -vestidos de civil- gracias a la captura del poder judicial, se observa que se dejó de lado un frente de batalla: el político. Si las FARC están revitalizadas desde la perspectiva de acciones intrépidas que generan temor, se debe en buena medida a los avances de sus dirigentes de civil y al control que ejercen de la operación judicial.

En el anterior gobierno había una buena dosis de triunfalismo exagerado -José Obdulio hablando de las FARC solo como una marca-, aunque eso no quita lo siguiente: cuando llegó Uribe a la Presidencia, se registró el mayor número de ataques, las FARC estaban intactas y las Fuerzas Armadas estaban convencidas de su incapacidad para ganar la guerra. Sin embargo, en ese escenario la voluntad política les hizo frente y de no ser por el refugio chavista, otra cosa se estaría viviendo en el país. Entonces, ¿si Uribe logró golpear a las FARC en su mejor momento, cómo pueden adjudicarle alguna responsabilidad en el deterioro actual del orden público? Hay que ver las cifras de los 8 años de Uribe y entender, por ejemplo, que enero de 2012 fue el mes más violento en los últimos 10 años. Uno entiende que hay sectores de la oposición estancados en el gobierno Uribe, pero hay que decirles que desde hace 18 meses, el presidente es Memel.

Saludos.