7 de mayo de 2012

Ajuste de cuentas

Por Jaime Restrepo Vásquez.


En el subconsciente colectivo de los colombianos, existe una certeza monstruosa frente a las víctimas de homicidio: ¡Si lo mataron, fue porque debía algo! Así como no hay víctima que no estuviera “endeudada”, no hay muerto malo.

Esta situación no es solo una apreciación equivocada sino una generalización que vulnera el buen nombre tanto del fallecido, como el de su familia y el de su círculo más cercano. Sin embargo, cuando tal generalización es utilizada por las autoridades gubernamentales para justificar el número de homicidios, además del daño a la honra de las víctimas, también se disfrazan realidades inconvenientes que ponen en riesgo ciertos intereses políticos.

Hace algunas semanas, el alcalde Gustavo Petro se mostró preocupado por el alarmante incremento de casos de sicariato que se registró en marzo pasado. Para explicar la situación,  el mandatario distrital sentenció que “por la forma como se han presentado van mostrando, en una parte de ellos, la existencia de una guerra entre mafias, personas que vienen de fuera de Bogotá y son asesinadas en la ciudad".

En palabras más simples: la mayoría de víctimas de sicariato, durante el tercer mes del año, corresponde a ajustes de cuentas entre mafias.  Sin embargo, uno se pregunta: ¿Acaso ya culminaron las investigaciones sobre esos asesinatos y se puede concluir, sin asomo de duda, que la mayoría de muertos tenían deudas mafiosas? Es el eterno facilismo de las últimas administraciones capitalinas: amañar explicaciones ante la incapacidad de enfrentar verdaderamente el problema, o por lo menos, no agravarlo con medidas traídas de los cabellos.

Para colmo de males, la generalización se materializó en el reporte entregado por la Alcaldía Mayor al señalar que los 41 casos de sicariato registrados en marzo, correspondieron ajustes de cuentas.  Ya en abril, la administración distrital atribuyó el 38 % de los homicidios ocurridos en Bogotá a ajustes de cuentas, aunque se cuidaron de hablar de las “mafias” que utilizan a la capital como teatro de guerra.

Es que las venganzas mafiosas pueden sonar muy bien en las justificaciones, pero son una fórmula engañosa para explicar la problemática de seguridad que ha padecido la ciudad. ¿Será que las decepciones amorosas que terminan con la contratación de un gatillero, o los problemas de herencias que se zanjan con el encargo de matar a la contraparte, o las venganzas entre antiguos socios de negocios legales; dejaron de ocurrir en Bogotá y que la ciudad está condenada a ser un territorio de guerra entre mafias?

La expresión "ajuste de cuentas" tiene la connotación de deuda entre criminales, por lo cual, la generalización estigmatiza a todas las víctimas y a sus familias. Además, la idea de la revancha entre mafias desvía las investigaciones mediante hipótesis falsas que en la mayoría de los casos son el camino directo a la impunidad.

Así las cosas, la etiqueta parece una cortina de humo para ocultar una pregunta que flota en el ambiente: ¿será que la prohibición al porte de armas influyó en la proliferación del sicariato en Bogotá? ¿Cuántas de esas víctimas honestas y apegadas a la ley, pero conocedoras de la inquina que alguien les profesaba, adquirieron un arma para defenderse y al acatar la prohibición, quedaron a merced de sus verdugos?

De hecho, la restricción al porte de armas podría ser un factor decisivo en la ecuación del sicariato en la ciudad, pues los gatilleros cuentan con mayores posibilidades de cumplir con su encargo de muerte al saber que la víctima está indefensa y por tal razón, actúan con más facilidad y con mejores tarifas para el contratante, como lo denunció en su momento el diario El País de España, que en un informe sobre los sicarios de Medellín señala que asesinar por encargo se ha convertido en un oficio poco rentable, que a veces no paga más de 5.000 pesos.

La desinformación en Bogotá es de tal magnitud que las cifras ya llevan veredicto incluido, con el único propósito de mantener una medida caprichosa, improvisada y ajena a la realidad capitalina. Al explicar los resultados del primer trimestre de 2012, Petro sostuvo que "los 96 homicidios solo en abril de 2012 equivalen a la cifra más baja en últimos 15 años, es decir, que esta ciudad es menos violenta en lo que tiene que ver con el homicidio por lo menos en los últimos 15 años". 

¡Quedamos perdidos! Mientras en marzo había una guerra entre mafias, un mes después la ciudad supuestamente registró las cifras más bajas de los últimos 15 años... ¡Todo un remanso de paz!  Es que si las estadísticas se acomodan y se dejan de analizar factores coyunturales específicos como la celebración de la Semana Santa durante la primera semana de abril, pues entonces, de golpe, desaparecen la guerra, el ajuste de cuentas y se lanzan voladores de algarabía.

Es innegable la importancia de reducir el número de muertes violentas en Bogotá. Sin embargo, los datos de marzo –y lo atípico de abril de 2012- deberían ser una voz de alarma para enfocar el problema, de una vez por todas, en la fuente del mal: la enorme cantidad de armas de fuego ilegales que circulan en la ciudad. 

Es en ese gigantesco segmento en el que se deben concentrar las políticas de desarme, de tal forma que se elimine la trillada justificación del ajuste de cuentas para ocultar el fracaso de medidas que han sido promulgadas de espaldas a la realidad.

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