Por Jaime Restrepo Vásquez.
Hoy, ni el más optimista de los verdes se atreve a apostar por la continuidad en el tiempo de su partido. El grave conflicto que enfrenta a Antanas Mockus con Enrique Peñalosa, puede terminar con la dilución de ese movimiento y dejarlo como una opción para alcanzar a duras penas uno o dos escaños en el Congreso.
Ese enfrentamiento tiene también una génesis externa: la incapacidad del partido de la U para estructurar una base de dirigentes creíbles, al punto de haberse quedado sin un nombre de la casa que tuviera la capacidad de dar la pelea en la contienda del 30 de octubre.
Como la U es un partido de corto vuelo —su proyecto "ideológico" solo le alcanza para brincar de elección en elección—, entonces tomaron la decisión de arroparse bajo el árbol que presuntamente ofrece mejor sombra: Enrique Peñalosa.
¿Y qué hizo Peñalosa ante esa situación? Nada distinto a las prácticas politiqueras habituales: dejarse conquistar con las lisonjas lanzadas por la U, en cabeza de Álvaro Uribe Vélez, quien ahora parece un fantasma que ronda las maquinarias de ese partido, aunque no tiene ni el control ni el liderazgo de la colcha de retazos a la que llaman Unidad Nacional. Para los amnésicos, la U fue una creación de Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe nunca se inscribió a nombre de dicha colectividad, ni en 2002, porque la U no existía, ni en 2006, cuando Santos y Vargas Lleras se disputaban la primogenitura uribista.
Entonces, ¿qué tenía que ver Enrique Peñalosa en la debacle de la U en Bogotá? Absolutamente nada. La ausencia de nombres para postular a la Alcaldía Mayor era un problema de la U y no del Partido Verde y era la colectividad de Santos, y de Uribe por los laditos, la que tenía que enfrentar el vacío, teniendo claro que perderían las elecciones como un castigo por el caciquismo y el caudillismo personalista, tan arraigados en la Unidad Nacional.
En otras palabras: Ni los verdes, ni mucho menos Peñalosa, tenían velas en ese entierro. Sin embargo, Peñalosa se contagió de la miopía politiquera de Uribe, que solo piensa en ganar elecciones a su nombre o en cabeza de un tercero, y se dejó tentar por la zalamería del ex presidente.
Así las cosas, Mockus tiene razón en cuestionar a Enrique Peñalosa: ¿Qué hace el candidato verde, dejándose cortejar de Uribe y de la U? ¿Tiene acaso la necesidad imperiosa de permitir los halagos y venderse, como una prostituta, al mejor postor? Supuestamente Uribe y la U tienen miles de votos en Bogotá. Pero eso no significa que los Verdes solos no puedan llevar a su candidato al Palacio Liévano.
Lo que parece evidente es que Peñalosa y los suyos, excluyo a Antanas Mockus, pretenden igualar el unanimismo que durante un tiempo ha rodeado la gestión de Juan Manuel Santos: no sólo necesitan ganar, sino que quieren hacerlo con unas mayorías aplastantes, en aras de alcanzar una supuesta legitimidad otorgada por la contundente victoria electoral... Eso es fruto de la deformidad del Estado de opinión.
Es más: si Peñalosa se lanza por sus Verdes, como debería ser, y la U hace una autocrítica sobre sus liderazgos, la mezcla del agua y el aceite no tiene motivos para darse. ¿Acaso la U se siente identificada con el maniqueísmo mostrado por los Verdes, en el que solo ellos son supuestamente decentes y los demás son inmorales y pícaros? ¿Cree la U que son indelicadezas menores los asuntos relacionados con el pavoroso contrato con ICA?
La ambición exclusiva de ganar elecciones, como sea y con quien sea, ha desembocado en una promiscuidad política que desubica al elector. En este sentido, la decisión de Uribe de respaldar al candidato de aquellos que lo acusaban de “todo vale”, de los que se sentían como únicos representantes de una inexistente superioridad moral, de esos que decían que no les habían pagado, cuando en la cúpula tenían un candidato a la vicepresidencia al que contrataron por 50 millones de pesos para posar en las fotos como el segundo de abordo; lleva a los votantes a plantearse serios reparos sobre el liderazgo que le han otorgado, a mi juicio de forma inmerecida, al ex presidente Uribe.
Sin embargo, el asunto parece lógico: Uribe nunca ha estado interesado en algo distinto a conquistar la victoria en las siguientes elecciones, no importa si para conseguir tal fin, tiene que respaldar a sus más enconados contradictores.
Algunos podrían afirmas que Mockus va a incurrir precisamente en la misma promiscuidad política, en caso de respaldar al ex terrorista Gustavo Petro. Se equivocan: Antanas siempre ha mostrado abiertamente sus simpatías por Petro y esa alianza solo sería la oficialización de un concubinato político que ha existido por años, aunque de manera discreta, entre ambos personajes: si Mockus anuncia su matrimonio con Petro, el chavismo verde saldrá del closet y se presentará en sociedad con el nuevo consorte “progresista”, amigo íntimo de Hugo Chávez y simpatizante del aberrante socialismo del siglo XXI.
De otro lado, si Antanas Mockus decide lanzarse como candidato de una disidencia Verde, dejará en evidencia su falta de coherencia y la práctica del atajismo al considerar que si vale deshonrar la palabra empeñada, en este caso, la de respaldar a Enrique Peñalosa durante la campaña a la Alcaldía de Bogotá. Algunos creerán que con esa decisión, Mockus privilegiará sus "principios" sobre sus compromisos, aunque el asunto puede ser bien distinto: pondrá el ego maniqueista por encima de la estructura política que le permitió salir del puesto de candidato colero en las presidenciales, pues se estaba convirtiendo en el Goyeneche del siglo XXI.
De otro lado, si Antanas Mockus decide lanzarse como candidato de una disidencia Verde, dejará en evidencia su falta de coherencia y la práctica del atajismo al considerar que si vale deshonrar la palabra empeñada, en este caso, la de respaldar a Enrique Peñalosa durante la campaña a la Alcaldía de Bogotá. Algunos creerán que con esa decisión, Mockus privilegiará sus "principios" sobre sus compromisos, aunque el asunto puede ser bien distinto: pondrá el ego maniqueista por encima de la estructura política que le permitió salir del puesto de candidato colero en las presidenciales, pues se estaba convirtiendo en el Goyeneche del siglo XXI.
Nadie sabe si Peñalosa ganará o si logrará hacer una buena gestión. Lo que sí es cierto es que durante más de dos años, la inconformidad de los bogotanos con su gestión llegó al punto de buscar la revocatoria del mandato, y eso que tenía las arcas llenas, gracias a la cicatería de su antecesor. Una cosa es gobernar con los bolsillos llenos y otra muy distinta es montar ese potro indomable y famélico que es la actual administración de Bogotá.
Sería el colmo que otra vez los que se llaman uribistas, admitan como dogma de fe la recomendación de su caudillo: ¿si Uribe ya se equivocó, y de forma catastrófica, al hacer un guiño a favor de Juan Manuel Santos, qué les hace pensar que con Peñalosa no se presentará una nueva equivocación en la recomendación del ex presidente?
Otra posibilidad que se podría contemplar es que Peñalosa haga una voltereta y termine como candidato de la U. ¿Cómo se podría explicar que uno de los impulsores del maniqueísmo contra el uribismo, ahora represente los intereses del partido que es identificado precisamente con esa corriente política?
Contrario a lo que piensan muchos politiqueros, Bogotá no necesita una coalición tremendamente fuerte para rectificar el rumbo: más allá de una gerencia eficiente y con visión, y del ejercicio de un pragmatismo político decente, un solo partido puede y debe gobernar los destinos de la ciudad.
Como decía Noel Carrascal en este blog: hay que desuribizar el asunto. Es que no se puede premiar la cortedad de miras de Uribe al solo concentrarse en contiendas electorales, en lugar de asumir el liderazgo de las transformaciones constitucionales del país.
2 comentarios:
Al fin un análisis claro...
ejem
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