Santos: amigo y cómplice

Por Jaime Restrepo.

La confusión entre amistad y complicidad invadió el entendimiento de Juan Manuel Santos. De ver a los magistrados de la Corte Suprema de “Justicia” como amigos, pasó rápidamente a ser cómplice de la participación en política de los togados, disfrazada de gestión judicial.

Para cubrir el prevaricato cometido por algunos miembros de la Suprema, el gobierno Santos salió presuroso a cambiar la terna para Fiscal, como si eso permitiera destrabar la elección. Es más: hace un tiempo, el mismo que impulsó el cambio de candidatos a la Fiscalía, Germán Vargas Lleras, veía con malos ojos las ternas propuestas por Uribe porque no eran expertos en derecho penal. Ahora, Vargas Lleras sale ante la ciudadanía a proclamar la idoneidad de la terna de Santos, cuando lo cierto es padece los mismos vicios que tanto le incomodaban de las dos ternas presentadas por Uribe: no son penalistas.

Esto significa que la molestia no surgía de los candidatos sino del nominador, y que en la nueva socialización santista, en la que se ha hecho amigo de los enemigos del uribismo, prevalece la protección de los intereses de sus nuevos amigos, confabulándose también en asechanzas para disimular los delitos de algunos jueces.

Es que la confusión entre amistad y complicidad es enorme. A su nuevo mejor amigo, el dictador venezolano Hugo Chávez Frías, Santos quiere enviarle un suculento regalo —que recuerda a Herodes, cuando le entregó a Salomé la cabeza de Juan el bautista—: al presunto capo Walid Makled, conocedor como pocos de la relación entre el narcotráfico y las altas esferas del poder chavista. Esta extradición, además de ser un enorme disparate, pues al enemigo de Chávez no lo capturó la inepta guardia venezolana sino la DEA en Norte de Santander, permite silenciar los testimonios y pruebas que posee Makled contra el régimen comunista venezolano: una vez el presunto capo esté en las mazmorras de la dictadura, testimonios y evidencias desaparecerán en el corrupto aparato judicial arrodillado al tirano.

Como ocurre con la Corte Suprema de “Justicia”, a quienes el cambio de terna los podría alejar de las acusaciones por prevaricato; la extradición de Makled busca mantener ocultas las pruebas que debilitarían aún más al régimen del nuevo mejor amigo de Juan Manuel. Todo apunta en la misma dirección: el gobierno Santos considera como prueba de afecto el convertirse en cómplice de los crímenes cometidos por sus nuevos amigos, bandidos y delincuentes de la peor calaña.

Puede que Uribe, absurdamente más prudente que cuando era Presidente, guarde distancia de las decisiones “sociales” de Santos, pero ciertamente la deslealtad, la acogida a delincuentes calumniadores y el favorecimiento a los nuevos inquisidores, en algún momento colmarán la paciencia no sólo de Uribe sino de los colombianos que vemos con desprecio tanto a la Corte como al régimen criminal de Caracas.

Es que las amistades por conveniencia siempre terminan mal. Como Chávez no puede agredir directamente a su “nuevo mejor amigo”, utiliza al violador nicaragüense como muñeco de ventrílocuo, despachándose contra el actual gobierno colombiano al que culpa de liderar un “proyecto expansionista” que se materializó en la resolución proferida por la OEA en las últimas horas en la que insta al régimen sandinista a retirar las tropas que invadieron una isla costarricense. La confabulación de Chávez con Daniel Ortega es tan evidente que en la deliberación Venezuela y Nicaragua fueron los únicos países que se pronunciaron negativamente sobre la resolución, mientras otros cómplices del sindicato de forajidos, como Ecuador y Bolivia, se abstuvieron de votar.

El sindicato de forajidos, al que parece querer ingresar Santos, aplaude la invasión nicaragüense a un país sin ejército; y guarda silencio frente a los señalamientos contra Colombia. Es que en su tormentosa alocución, Daniel Ortega aseguró que nuestro país mantiene una ocupación armada sobre San Andrés, Providencia y Santa Catalina, desconociendo de plano la decisión de la Corte Internacional de Justicia, que en diciembre de 2007 ratificó la soberanía de Colombia sobre el archipiélago.

Resulta evidente que si Santos quiere ser miembro activo del sindicato de forajidos, tendrá que hacerse el de la vista gorda frente a temas fundamentales como la soberanía nacional, pues al fin de cuentas, lo que dice Ortega es sólo la repetición de lo que ordena Chávez: ¿estará dispuesto Santos a sacrificar parte del territorio por sus nuevas amistades?