‘Jojoy’: otro cadáver para la delirante “fosa común” de los "humanitarios"

Por Jaime Restrepo.

No voy a recurrir a la hipocresía: desde las 7:45 de la mañana de ayer, momento en el que RCN Radio anunció la muerte del ‘Mono Jojoy’, sentí una enorme alegría y un alivio profundo por la eliminación de una amenaza que atormentó a Colombia durante décadas.

Tengo claro que mi posición es opuesta al cristianismo que quiero profesar. Por el contrario: es una evidencia de los demonios que persisten en mi corazón y que se manifiestan en el odio que fue sembrado cuidadosamente por la intimidación del secuestro, de la tortura y del asesinato que han utilizado los terroristas como armas presuntamente políticas.

Jamás me uniré, ni recibirán mi solidaridad ni mucho menos mi respeto, aquellos que en el pasado manifestaron su deseo de paz en la tumba de ‘Raúl Reyes’ o de ‘Tirofijo’: seguramente esos dolientes del terrorismo publicarán, en los próximos días, algún sentido obituario para homenajear a ‘Jojoy’.  


Otros, airados, protestarán desde el exterior por el odio profundo que siento por las FARC, seguramente porque tal situación pueden interpretarla como algo  generalizado en Colombia, lo que va contra sus simpatías y conveniencias personales y políticas.  De mi parte, contrario a la exaltación del “altruismo” que algunos hacen de esos monstruos, quisiera creer en un purgatorio eterno, en una caldera infernal en la que padezcan sin parar y paguen algo del infinito sufrimiento que ocasionaron en Colombia.

Icé la bandera antes de las 8 de la mañana, no como símbolo de patriotismo estúpido, sino como una señal de solidaridad con aquellos que también han padecido la persecución y la inquina de las FARC y de sus secuaces. Cuando veía la bandera ondeando en la fachada, debo decirlo, se me antojaba similar a las luces que emiten los fuegos artificiales que se lanzan en ocasiones de júbilo. En mi esquizofrenia pude incluso escuchar las explosiones, seguramente parecidas a las que 'Jojoy', en sus últimos momentos de cobarde angustia, oyó como una voz poderosa que le anunció la inminente llegada de la parca. No canto victoria, ni pienso que la muerte de ‘Jojoy’ sea el fin de la pesadilla: es un éxito militar que revitaliza la moral de las tropas, tan decaída por el acoso inclemente de la izquierda judicial colombiana.

Sin embargo, la muerte de ‘Jojoy’ debe ser una lección: a cada criminal hay que combatirlo y derrotarlo en su terreno. Si a los palurdos del monte se les neutraliza en el campo de batalla, a los promotores civiles del terrorismo se les combate en el terreno político y se les derrota en las urnas.

Así mismo, a aquellos que amparan desde la operación judicial a las FARC y a las estructuras mafiosas que se usufructúan del accionar violento hay que enfrentarlos en el mismo escenario mediante una profunda revolución judicial que les arrebate el poder que han logrado acaparar en la Fiscalía, en los juzgados y en las altas cortes.

Esa revolución hay que hacerla con el respaldo a la convocatoria de una Asamblea Constituyente que rectifique de una vez por todas, el secuestro al que las fuerzas siniestras tienen sometido al poder judicial colombiano, vigilando además que dichas fuerzas no puedan inocular algún virus que finalmente les permita mantener intacto el sistema nefasto que quieren preservar a toda costa, pues ya tienen la experiencia de la Constitución del 91 para adaptar las normas a sus intereses e intenciones.

De nada sirve dar de baja a los violentos, si sus promotores, protectores y beneficiarios, en lo político y en lo judicial, conservan el poder de intimidación para avanzar en la destrucción soterrada de la democracia.