Por Jaime Restrepo Vásquez
Nos dijeron que era un asunto de izquierdas y derechas, una elección entre la paz y la guerra. También nos metieron en la cabeza que era una confrontación entre petristas y uribistas. Pero ninguna de esas premisas se sostenía al ser contrastada con la tozudes de la realidad. Quienes hemos sido férreos opositores de todo lo que huela a comunismo sabemos, desde hace mucho, que solo existen dos bandos: el de los que anhelamos la aplicación de la Ley y el de los que quieren el imperio del crimen, con el caos y la anarquía que aquel conlleva.
Además de la presencia de los pensionados de las FARC ––autodenominados Comunes––, la vinculación de los sub iudice Armando Benedetti, Roy Barreras, León Fredy Muñoz, Alex Flórez y Alfonso Prada, entre muchos otros, es la primera evidencia de que la campaña presidencial del narcocomunismo colombiano es un enorme conciliábulo criminal. De igual forma, también han sido convocados los pocos corruptos y asesinos que han sido procesados por la justicia y que se encuentran en la cárcel de La Picota.
Mención aparte merecen las revelaciones sobre Francia Márquez y Piedad Córdoba. En los últimos días, ambas mujeres han estado en el ojo del huracán por cuenta de sus transgresiones mayores. De hecho, Francia Márquez admitió, con el cinismo que caracteriza a los delincuentes, que ella recibió subsidios y ayudas del Sisben, algo a lo cual, afirma, tenía derecho. Evidentemente, la abogada Márquez faltó a las clases de derecho penal, pues al afirmar que vivía en una dirección falsa y mostrarse menesterosa y merecedora de lástima ––justo después de recibir un premio de 200 mil dólares y de comprar una propiedad en una urbanización con piscina–– incurrió en el delito de fraude de subvenciones y, por lo tanto, en un acto de corrupción.
El caso de Piedad Córdoba resulta esclarecedor para entender la forma de operar del narcocomunismo colombiano. ¿Acaso es posible que Gustavo Petro no supiera de las andanzas de la señora del turbante con Alex Saab ni de sus gestiones para manipular la liberación de secuestrados? Desde la operación Fénix ––en la que se dio de baja a alias Raúl Reyes––, todo el país conocía la fetidez que expele el accionar de la Córdoba.
Sin embargo, ahora el candidato del narcocomunismo quiere hacerles creer a sus incautos seguidores que la única persona en el país y en el continente que desconocía las andanzas de la señora Córdoba era él. Entonces, cuando la letrina está a punto de estallar, decide pedirle a Piedad Córdoba que se aparte de la campaña. ¡Qué descaro! Como ya entraron los narcorrecursos chavistas a la campaña ––que ella consiguió––, el candidato la saca porque ya no le es útil. De un momento a otro, sin nuevos crímenes en su haber, la senadora electa entra en desgracia ante Petro, cuando lo cierto es que todos conocíamos el trasegar de la señora Córdoba por el bajo mundo del narcocomunismo latinoamericano.
Abandonar a sus amigos en dificultades es uno de los hábitos de Gustavo Petro. Es bueno recordar que dejó a su suerte a su compinche Samuel Moreno y ahora hace lo propio con Piedad Córdoba. Por supuesto, no es una decisión que surja desde la ética o la moral, sino desde la practicidad estratégica para tratar de satisfacer su desquiciado afán de ser presidente.
Es evidente que todos los escándalos que detonan en el Pacto Histórico tienen el común denominador de la criminalidad y del rechazo al orden jurídico y legal del país. Por eso, en el bando del narcocomunismo cabe Daniel Quintero Calle y su banda de hampones, junto a terroristas como Israel Zúñiga, conocido en el bajo mundo como Benkos Biohó, quien lideró la masacre de Bojayá. También aparecen Francisco el negro Padilla, testaferro político de Bernardo Noño Elías y del clan Besaile; Nubia López y su esposo Freddy Anaya, relacionados con el corrupto clan Aguilar en Santander. En la lista de adhesiones también están inscritos los condenados Bernardo Hoyos, Ricardo Chajin y Lázaro Calderón. De igual forma, hay que mencionar a Sandra Villadiego, esposa de Miguel Ángel Rangel, condenado por parapolítica, y Temístocles Ortega, investigado por corrupción, entre muchísimos otros, todos con asiento y, como es obvio, con ganancias y prebendas en un hipotético gobierno de Gustavo Petro.
El narcocomunismo está apostando en serio. No importa que alguien sea un corrupto, un parapolítico, un terrorista o un asesino, pues lo fundamental es que toda el hampa, de Ernesto Samper y Juan Manuel Santos para abajo, tiene cabida en el Pacto Histórico y debe trabajar ––léase engrasar y costear, así sea con «televisores marca Santrich»–– en la campaña de Petro Presidente.
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