Por Jaime Restrepo Vásquez.
Aparentemente resultaría fácil elaborar un mapa político de Colombia: sería cuestión de dibujar una enorme masa variopinta y poderosa que represente la Unidad Nacional santista y una pequeña, casi insignificante mancha en la que aparentemente se podría ubicar al Polo, a algunos de los Visionarios de Mockus y a un minúsculo sector del llamado uribismo.
Sin embargo, un verdadero mapa político debe contar con la incierta participación del Partido Verde, de las FARC y del poderosísimo partido del poder judicial, que avanza raudo en la conquista del siglo de los jueces (la dictadura de los togados), como lo dijo en su momento Augusto Ibáñez.
Al dibujar el mapa, da la impresión de que los partidos tradicionales, liberal y conservador, se han diluido en las corrientes surgidas de improviso en los últimos tiempos: la U y Cambio Radical, por solo mencionar dos de esas apariciones, que son simples “escampaderos” para esos políticos reciclados de los partidos tradicionales.
Pero esa dilución es sólo un espejismo: de hecho, ambos partidos aprendieron a mimetizarse en las corrientes de moda, aprovechando para ello la dispensa otorgada por la Constitución Nacional para crear microempresas electorales con nombres variados, confusos y hasta contradictorios… la operación avispa que impulsó el Partido Liberal después de la Constitución del 91 sigue vigente y ahora simplemente cambia un color o un símbolo con miras a usufructuar la imagen de la corriente que cuenta con más respaldo popular.
Es evidente que Juan Manuel Santos encabeza la cruzada por la reunificación del “glorioso” Partido Liberal alrededor de “prominentes” figuras como Ernesto Samper y César Gaviria y de la resurrección del Partido Conservador en torno a las ideas y orientaciones de Andrés Pastrana Arango. Incluso podría pensarse que en la cruzada, la ganancia es mayor para el liberalismo y que los azules retomarían sus funciones de simples operadores de clientelas a quienes los rojos les lanzan pequeñas porciones de carne para mantener contentas a las fieras burocráticas).
Pero ésa sería una apuesta muy tonta: ¿jugar en la unidad santista simplemente para mantener las clientelas y un poder marginal en el ámbito nacional? Lo que se vislumbra en el horizonte es la puesta en marcha de una especie de Frente Nacional en el que los partidos tradicionales, arropados en la Unidad Nacional, se turnarán en el gobierno y mantendrán en equilibrio las cuotas de poder que han conseguido.
Para tal fin, les resulta indispensable amansar a las FARC (y a sus promotores de civil) y sentarlas en una mesa para negociar las leyes y premiar sus crímenes no sólo con indultos, sino con cuotas de poder: en dicha negociación, el terrorismo aceptará las parcelas otorgadas y renunciará a la ambición de asumir el control total del Estado colombiano, aunque en la práctica, las prebendas enviadas por el “factor de estabilidad venezolano” les permitirán tener gran influencia y capacidad de decisión en los feudos de la unidad santista.
Toda la fórmula de colonización del poder, y de mantenerlo por décadas, satisface ampliamente también a los togados, quienes han estado al servicio de los intereses mayores de sus padrinos políticos y seguirán desempeñando un papel importante para mantener al margen, o en la cárcel, a los opositores del proyecto de resurrección liberal: serán los cancerberos del infierno santista, oficio que cobrarán con mayor poder e influencia en el Estado.
En ese orden de ideas, la mosca fastidiosa es el uribismo: ¿cómo hacer para dejarla por fuera del imaginario electoral y convertirla en una incómoda pero minúscula oposición? La respuesta a este interrogante debe partir de un hecho funesto: como el uribismo es sólo Uribe, golpeando al caudillo y desapareciéndolo del escenario bastará para pasar la página y avanzar en la compra de conciencias y electores, mediante la Ley de Tierras, o la Ley de Víctimas… lo que falte, seguramente será suplido por el mejor amigo de Juan Manuel Santos.
Entonces, la oposición será, casi como ocurre en la actualidad, un sector del Polo y el agonizante uribismo, cuyo silencio y complicidad con la unanimidad nacional le permitirá apenas sobrevivir para rogar por unos segundos en la media colombiana que les ayuden a mantener un mínimo porcentaje de vigencia.
Como muchos añoraban, el bipartidismo regresará por sus fueros y regirá los destinos de la nación, sólo que esta vez, en ambos partidos latirá el corazón rojo-rojito al que tantos favores le deben.
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