Por Jaime Restrepo Vásquez
Hace ocho años, mi voto por Álvaro Uribe Vélez no estaba cargado de esperanza: era sólo la marca de escepticismo en un tarjetón y la certeza de que algo tendría que mejorar, pues lo peor ya se estaba viviendo.
Recuerdo que dije: ojalá éste no nos defraude, refiriéndome a los millones de electores que nos habíamos sintonizado con sus propuestas en materia de seguridad. ¿Cuál fue el mandato que le entregamos a Uribe? Combatir a las FARC y recuperar la seguridad extraviada. La mayoría de los votantes desconocía los 100 puntos programáticos, aunque poco importaban en medio del Estado fallido en el que vivíamos gracias a las FARC y a sus promotores en el poder.
El mandato que motivó el voto fue bien retribuido por Uribe. Y eso lo reconocimos aquellos que respaldamos la reelección como un premio a quien había honrado la palabra. En el primer periodo, Uribe se destacó por su esfuerzo y trabajo constantes —cosa completamente inusual en los presidentes colombianos—; por sus éxitos en materia de seguridad y también por el contraste con la herencia de sus antecesores: los nefastos gobiernos de Gaviria, Samper y Pastrana dejaron al país a punto de caer bajo el control del totalitarismo de las FARC y sus secuaces, por lo cual cualquier acción que se emprendiera para evitar la caída, se notaría de inmediato.
Más simple: Uribe tomó las riendas de una casa en ruinas y simplemente con una mano de pintura en la fachada, el cambio se hizo notable. Esta situación le otorgó un éxito que no calculaban ni Uribe ni su círculo cercano. Y empezó la improvisación sobre la marcha, que culminó con la unción de Juan Manuel Santos como heredero del uribismo.
Cuando Uribe llegó a la Casa de Nariño el 7 de agosto de 2002, seguramente esperaba hacer una buena labor y nada más. Pero la firmeza en el cumplimiento del mandato le acarreó la popularidad que lo acompañó hasta el último día de su segundo periodo: acostumbrados a los bajos índices de aceptación de todos los presidentes, y sumada la coral quejumbrosa que siempre ha hecho presencia en la cotidianidad del colombiano, las expectativas de un gobernante en nuestro país nunca fueron halagüeñas.
No obstante, era tan evidente la amenaza, tan desesperada la situación y tan inminente el derrumbe, que los colombianos comenzamos a ver los actos de gobierno con la esperanza que entrega el cumplimiento de la palabra empeñada. Y entramos a respaldar a Uribe. Eso no se lo esperaba el entonces presidente, quien se encontró de golpe con tal popularidad, que se sintió cómodo con la propuesta del cambio de un “articulito” en la Constitución.
Ésa fue una decisión improvisada que en la práctica careció de fundamentos políticos estructurales: la reelección se centró en un personaje con amplia aceptación y no en una organización de largo plazo que integrara una verdadera visión de país. El resultado: a las carreras se conformaron nuevos partidos y se elaboraron unos idearios que eran simples manifiestos de buenas intenciones.
El uribismo cayó en la trampa del facilismo, de la cinta pegante para tapar una fuga de gas en una tubería, y ni Uribe ni sus más cercanos colaboradores asumieron la tarea de estructurar un cuerpo de doctrina que se convirtiera en fundamento para atraer a aquellos electores que simpatizaran con esa visión de país. De esos colaboradores, la excepción fue José Obdulio Gaviria, quien tuvo mejor olfato para prever lo indispensable en aras de fortalecer el proyecto político que nació con el triunfo de Uribe. Sin embargo, a Gaviria tampoco le alcanzó la cuerda, pues o nadie en el gobierno compartió su visión, o peor aún, nadie la entendió.
Uribe tampoco se apropió de la necesidad de estructurar un verdadero partido político a largo plazo. Simplemente se quedó con los éxitos momentáneos y renunció al gran liderazgo que en ese momento le estaba entregando el destino: podría decirse que ese liderazgo asaltó a Uribe por sorpresa, y no tuvo forma de responder ni de apropiarse de semejante responsabilidad. Así las cosas, las decisiones políticas del entonces presidente fueron semejantes a las de un bombero afanado, apagando el incendio y dejando intacto el punto de ignición.
Mucho se habla del uribismo, pero tal “ismo”, aunque cuenta con una base masiva de electores, carece de verdaderos cuadros directivos, el trabajo de difusión se ha confiado a la buena o mala voluntad de los medios de comunicación y el cuerpo de doctrina ha brillado por su ausencia, pese a los enormes esfuerzos de gente valiosa como Fernando Alameda, Félix Salcedo y Samuel Ángel, entre otros.
Y la cadena de errores continuó durante su segundo mandato, cuando la popularidad jugó en contra del ex presidente, al punto de que los “uribistas purasangre” maquinaron una aberración: se convencieron de mantener a Uribe en el poder durante cuatro años más, mientras conformaban un verdadero partido. Se sabía desde 2006 que ése sería un gran error que algún astuto aprovecharía, pues en el uribismo, salvo el mismo Uribe, no se había trabajado en la conformación de unos cuadros directivos que pudieran mantener las banderas en alto para continuar el desarrollo de un programa a largo plazo.
Así las cosas, se empeñaron a fondo en la segunda reelección. Y fracasaron. Entonces, el único presidenciable que seguía siendo “urbista” simplemente jugó bien las cartas, tuvo paciencia y esperó el desastre, para erigirse como el abanderado de unos votantes y no de un proyecto de país.
Con la catastrófica ausencia de líderes en el uribismo, Juan Manuel Santos trabajó con tranquilidad, a sabiendas del colapso de la segunda reelección. Y luego, ya con la necesidad de improvisar la unción de un heredero, Santos estaba a disposición para capturar los votos y cumplir con su gran sueño: ser presidente de la República. Y lo logró. Sin mucho esfuerzo capturó los votos y llegó a la Presidencia con un mandato concreto: continuidad y continuismo, pues en realidad era lo único que podía ofrecerse como prolongación del uribismo.
No se puede negar que Uribe posee muchas características de un gran líder: tiene la facilidad de sintonizarse con el electorado, es un trabajador incansable y es visionario y tozudo en sus propósitos. Pese a ello, ha renunciado al liderazgo y parece conforme con el insignificante propósito de conquistar el poder regional.
Muchos extrañan a Uribe como gobernante, pero esa tarea ya concluyó. Ahora el país necesita un líder que oriente la conformación de un verdadero partido que se estructure en torno a los pilares del uribismo: seguridad democrática, confianza inversionista y cohesión social. Y esto no se logra en la colcha de retazos de la U, o en la paquidérmica máquina clientelista del Partido Conservador: es inaplazable la tarea de darle cuerpo y visión a Primero Colombia, cuyo lanzamiento a gran escala podría darse en el marco de la convocatoria a una Asamblea Constituyente que permita corregir los adefesios de la actual Carta Magna en lo judicial y en lo político.
Sin embargo, mientras las necesidades apremian, Uribe está dedicado a fortalecer la maquinaria electoral regional que finalmente podría convertirse en una estructura formidable e inútil: ¿Por quién votará la masa uribista en 2014? ¿Quiénes son los candidatos en ciernes del uribismo? ¿Queda algo de credibilidad en los guiños del ex presidente, después del huracán que nos “gobierna”?
Uribe y los suyos ya cometieron suficientes pecados políticos en los últimos años, los que desembocaron en la nefasta presidencia de Juan Manuel Santos. Si realmente Uribe es un líder, y tiene el talante para enfrentar ese destino, debe comenzar por estructurar un partido político de largo aliento y convertirse en el abanderado de la convocatoria a una Asamblea Constituyente… lo otro es simple cálculo de muñidor politiquero y nada más.
7 comentarios:
Excelente, Jaime. No podría estar más de acuerdo. Ni se me ocurre nada que añadir.
BRABONEL.
Se me hace que Uribe le sirvió tanto el poder personal durante sus mandatos que le cuesta apostarle a un partido político. Todo parece indicar que el Ex Presidente se cree poseedor de un dedo mágico con el cual toca a los ganadores.
Mientras tanto Santos ha sabido comprar a la clase política tradicional a los medios y otros poderes decisivos y si a su Gobierno lo acompaña altas tasas de crecimiento económico (desde hace años se venia pronosticando que Colombia entraría en un fuerte ciclo expansivo en su economía después del año 2011) como todo parece indicar, apague y vamonos.
La estrategia de Uribe parece ser reencaucharse en Peñalosa en las elecciones Presidenciables del 2018 ¿atrabilioso usted si cree que se puede sacar a Santos en el 2014? El problema no es jugársela por Peñalosa sino creérsela que con su presencia toda poderosa (la de Uribe) todo esta resuelto ¡claro que se necesita una doctrina política encarnada en un partido político! Pero mientras Uribe se crea Dios todo lo terrenal estará maldito.
Espero Uribe lea tu articulo y nos represente en esta buena idea tuya.
Saludos
JAIME RUIZ:
Este post es un resumen de algunas conversaciones... me faltó poner su autoría intelectual.
Un abrazo.
BRABONEL:
Hay un tema vital y es el de la seguridad, en el que Santos está fallando y lo seguirá haciendo por cuenta de sus afinidades políticas y sus componendas para lograr el unanimismo. Sin seguridad, no hay posibilidad de crecimiento sostenido y con la amenaza de un potencial "gobierno" de los más radicales amigos de las FARC, el asunto se pone color de hormiga.
La prosperidad democrática será una ilusión, pues Santos está jugando a la paz, es decir, viene abriendo el camino para que las FARC "se muestren más fuertes" para llegar a la mesa de negociación.
Le daré un ejemplo "futbolero": durante las últimas semanas, la noticia ha sido el arquero del equipo anti-secuestro, es decir, los grupos GAULA, a los que les ha tocado trabajar mucho más de lo acostumbrado, por la cantidad de secuestros que se han presentado. Esa amenaza, reeditada, es un golpe durísimo a cualquier proyecto de prosperidad.
Un abrazo.
REALISTA:
Ojalá mi querida amiga.
Un abrazo muy fuerte.
BRABONEL.
Con todo respecto atrabilioso pero sus conclusiones solo se le ocurriría a un loco. Si Santos deja fortalecer a las FARC para luego negociar con ellas la popularidad se le cae a menos del 30% y con una popularidad tan baja no podría negociar con nadie mas teniendo el antecedente Uribe de frente.
Se debe partir de que los medios de comunicación en Colombia están sintonizados con menos del 30% de la población y que la popularidad de Santos esta sostenidas en las expectativas: el hombre promete montañas de oro y si no las cumple el otro setenta por ciento de la población se le voltea, Santos mas que un buen jugador de póker debe convertirse en el mejor equilibrista de todos los tiempos para salirse con la suya, es decir en el panorama que usted describe.
Hace poco dije que Santos estaba cuadriculado, el hombre no puede salirse de unos límites por que su Gobierno peligra: si las FARC demuestran fuerza la gente simplemente grita Uribe regresa, si se sienta en una mesa de “paz” el desgaste se lo comerá, si la economía sigue creciendo al 4 o 5% anual la gente dirá que con Uribe se crecía mas a pesar de los vientos en contra. Sigo insistiendo que a Santos lo sostienen las expectativas, todas unas bases endebles que si las logra fortalecer solo le malcansaran para reelegirse.
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