Por Jaime Restrepo.
Era un comediante. Alguna vez se vistió de súper héroe. Con sus excentricidades hacía reír e incluso con su cinismo logró capturar la atención de los medios y de los electores.
Con la antipolítica como bandera, alcanzó la Alcaldía de la capital. Esa mezcla de baladronadas y excentricidad fue suficiente para cautivar a los votantes, quienes, desesperados por las malas gestiones, se lanzaron al abismo de buscar en la irreverencia, la solución para sus problemas.
Él supo desde el principio que la excentricidad es la llave que abre la puerta para crear una moda política y aunque requiere gran talento, por aquello de ser capaces de burlarse de sí mismos, no es suficiente: también hay que exhibir el cinismo supremo, sin pudor alguno, y con cara dura ante los electores: “Podemos prometer más que los demás, ya que en ningún caso cumpliremos”, es la típica expresión de los excéntricos cínicos que se aprovechan del voto esnob para ganar elecciones.
Durante su campaña, las proclamas contra la corrupción fueron una invitación a profundizar la desesperanza e incluso dijo en su momento que a diferencia de los otros, que eran corruptos en secreto, él sería abiertamente corrupto.
Solo se necesitaron seis meses de campaña para que el cínico-excéntrico ganara las elecciones. En ese tiempo, la propaganda de incumplir lo prometido y de ofrecer beneficios incluso para los fracasados fue suficiente para llevarse por delante a los partidos tradicionales de su país.
Por supuesto hablo de Jón Gnarr, el comediante que ganó las elecciones municipales de Reikiavik, la capital de Islandia… cualquier parecido con los caprichos electorales de otras latitudes es simple coincidencia.
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