Por Jaime Restrepo Vásquez.
En medio de la decepción que representa el gobierno de Juan Manuel Santos, es poco lo que puede sorprender a sus electores. Cada día que pasa, el gobierno colombiano hace nuevas concesiones que favorecen el expansionismo cubano-venezolano.
Ya no es solo la zalamería de Santos de considerar al sátrapa venezolano como el nuevo mejor amigo, ni la obsequiosa reunión en la Quinta de San Pedro Alejandrino, a solo unas horas de haberse posesionado como Presidente de Colombia. Lo que los colombianos estamos presenciando es la paulatina entrega del poder a las huestes chavistas, a las que el actual gobierno quiere integrarse nacional e internacionalmente.
En el terreno doméstico, Santos nombró como canciller a una incondicional aliada de Ernesto Samper. Sin embargo, el poder samperista no se restringe a sus alfiles, sino que el propio ex mandatario le habla al oído al presidente, quien se muestra cómodo con los murmullos de Ernesto, Andrés y César, sus más cercanos consejeros. Ese círculo íntimo, además, le permite a Santos aspirar al respaldo casi unánime para emprender, sin tropiezos, la rebatiña de recursos mediante la Ley de Víctimas y otras perlas que han surgido en el camino.
Ya en el plano internacional, la canciller, obediente a las órdenes de su mentor y con el beneplácito de Santos, ha restablecido rápidamente las relaciones entre Colombia y Venezuela. Tal gestión busca la manguala con la tiranía para conseguir la complacencia de la vecindad, al presenciar el retorno a las debilidades del pasado,
Así mismo, Santos ha hecho mucho por “integrarse” a la caterva de malhechores: es bueno recordar que abordó presuroso y bien abrigado, un avión con destino a la Argentina, para solidarizarse con el beneficiario de las FARC, Rafael Correa. Allí, en pleno Cono Sur, Santos se unió a la coral que vociferaba contra un supuesto golpe de Estado en Ecuador.
Y esa acción le abrió las puertas al chavismo para que Santos comprara la idea de liderar los destinos de Unasur, una decisión que es mera apariencia para encubrir el hecho de que las medidas adoptadas por la Secretaría compartida de ese embeleco internacional, serán orquestadas por el eje Caracas–La Habana. Sobra decirlo: el gobierno colombiano no tendrá participación ni control y quedará legitimando los ardides del castro-chavismo.
Pero el sátrapa venezolano siempre quiere más. A Chávez no le basta con el irrespeto que representan sus visitas a Colombia, ni le parece suficiente el evidente acuerdo con Santos de aplicar una persecución inclemente contra Álvaro Uribe Vélez y contra el uribismo en general. Por eso, antes de seguir con los abrazos, besos y caricias con su nuevo mejor amigo colombiano, el dictador exigió la destitución del embajador ante la OEA, Luis Alfonso Hoyos, quien denunció a Venezuela como refugio para los terroristas de las FARC y del ELN.
Y Santos, ya entregado a los caprichos del dictador y de su hueste en Colombia, no tuvo reparo en que la canciller samperista le informara la decisión al embajador, mediante una comunicación difundida por la Radiodifusora Nacional de Colombia.
Ahora vendrá la extradición de Makled. Ya la Corte Suprema de “Justicia” se lavó las manos y le dejó a Santos, como tiene que ser, la decisión final del destino del sindicado. Y ahí la cosa no es fácil: si Santos extradita a Makled a Venezuela, la situación comercial con Estados Unidos seguirá complicándose y el TLC será un anhelo que nunca se materializará, por lo menos mientras esté Santos en la Presidencia. Es más: la ausencia de las preferencias arancelarias, más la falta del TLC, son catástrofes inminentes para la economía nacional y la prosperidad democrática de Santos se convertirá en la ruina totalitaria del siglo XXI.
De otro lado, si Santos extradita a Mackled a los Estados Unidos, el “mejor amigo” pasará a ser el peor enemigo, pues el extraditado tiene información y pruebas suficientes para cerrar el círculo contra el sátrapa de Miraflores. De tomar esa decisión, Santos quedaría como el traidor del proyecto expansionista diseñado por el eje Caracas-La Habana, y eso no va a ser aplaudido por los esbirros chavistas ni en el hemisferio ni en Colombia. Ahí comenzarán las plañideras a reactivar el escándalo de los falsos positivos, retomarán el supuesto fraude de la Operación Jaque y recordarán a diario la osadía de atacar el campamento ecuatoriano de alias Raúl Reyes.
Ese intento espantoso de Santos de jugar al equilibrista va a pasarle factura y terminará despertando sospechas y recriminaciones en todos los sectores a los que les ha puesto una velita. Finalmente, más temprano que tarde, Dios y el diablo le cobrarán su acomodamiento, aunque lo cierto es que la apuesta santista de mal tahúr ya le habrá permitido a Chávez avanzar en la consolidación de su poder en Colombia, regentado por los testaferros de Ernesto Samper, de Andrés Pastrana y sobre todo del gran benefactor del chavismo, César Gaviria Trujillo.
Mientras tanto, Álvaro Uribe Vélez sigue en silencio y no da ninguna señal de querer liderar la denuncia de los atropellos de Juan Manuel Santos y su entrega descarada del control de Colombia al eje Caracas-La Habana.
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