Por Jaime Restrepo.
La última convulsión del dictador venezolano, la ruptura de relaciones con Colombia, constituye una maniobra desesperada para tratar de ocultar la contundencia de las pruebas presentadas por Colombia ante el pleno de la OEA.
El régimen forajido hizo todo lo posible por obstaculizar la presentación de Colombia, presionando incluso al Presidente del Consejo Permanente de la OEA, el ecuatoriano Francisco Proaño, para que se abstuviera de convocar o aplazara la sesión extraordinaria solicitada por nuestro país para presentar las evidencias más recientes de la presencia de las FARC y del ELN en territorio venezolano.
La respuesta del dictador a las peticiones de Colombia resulta esclarecedora: mientras el embajador Luis Alfredo Hoyos pidió una visita de verificación de todos los países miembros de la OEA, para determinar si las coordenadas y las denuncias presentadas son ciertas; el régimen de la pequeña Venecia optó no solo por evadir por completo el planteamiento colombiano, sino que determinó la ruptura total con Colombia.
Según Hugo Chávez, “no nos queda, por dignidad, sino romper totalmente las relaciones diplomáticas con la hermana Colombia”. ¡Qué falacia! Si el asunto fuera por el menoscabo en la reputación, fama o prestigio, un mandatario responsable, que sabe que las pruebas son montajes, abre las puertas de par en par para que la comunidad internacional constate la realidad de los hechos. En este caso concreto, lo digno sería mostrarle al mundo, con hechos y no con retórica populista, que Colombia está calumniando al gobierno venezolano.
Adicionalmente, alguien digno e inocente, busca demostrar la injusticia de las acusaciones e invita a todo aquel que pueda confirmar la infamia. Pero como el pecado es cobarde, a los periodistas que quisieron verificar las denuncias, los detuvieron, los desnudaron, les incautaron el material periodístico y los deportaron… ¡Toda una muestra de apertura, transparencia y decencia la del delincuente paracaidista!
Sin embargo, cuando el significado de dignidad es prostituido y termina como sinónimo de cinismo y desfachatez, los forajidos se acogen al recurso desesperado de proclamarse como víctimas y toman decisiones que suponen les permitirán seguir ocultando la realidad de sus vínculos criminales.
La bravuconada chavista, con ultimátum y declaración de tropas en máxima alerta, solo confirma la veracidad de las denuncias de Colombia. De igual forma, el acorralamiento de la solicitud de una comisión para visitar las coordenadas señaladas genera un marco internacional de grandes dificultades para el proyecto expansionista del castro-chavismo.
Las lealtades que ha comprado Chávez en el continente están a prueba: posiblemente quede en evidencia un progresivo aislamiento regional de Venezuela, pues resulta difícil explicar que un régimen que habla de montajes, no asuma la demostración digna de las falacias. No es justificable el desprecio que demuestra la dictadura venezolana contra la comunidad internacional, a la que acude cuando le conviene y repudia cuanto los vientos soplan en contra.
¿Acaso los aliados del chavismo, por esos respaldos fanáticos que incluso los ha llevado a la osadía de negar el contubernio Chávez-terrorismo, no merecerían que se demostrara, ante la vista de todos, que su defensa a ultranza ha valido la pena? ¿Argentina y Ecuador querrán seguir apareciendo muy cercanos a un régimen que cohabita cómodamente con el terrorismo?
Por lo menos en lo formal, y desde la perspectiva internacional, resulta inexplicable que la dictadura venezolana haya decidido huir del escenario, desconocer las evidencias y negarse tácitamente a permitir la visita de una comisión de verificación… ya no sólo ante los gobiernos, sino ante un creciente número de ciudadanos, la decisión del dictador tiene como fundamento el deseo de ocultar hechos contundentes: los campamentos existen, son permanentes y tienen el respaldo de Hugo Rafael Chávez Frías y todos los criminales, delincuentes y malandrines cubanos y venezolanos que lo acompañan en su aventura totalitaria.